Diez cuentos de Jorge Luis Borges para leer en la cuarentena
El escritor universal, el hombre que cambió la manera de entender la literatura en la Argentina y el mundo, solía construir con sus relatos espacios de encierro, laberintos, pesadillas, angustias: leerlo hoy es manera de entender por qué la imposibilidad de salir a la calle nos pone como nos pone.
Borges sufría de insomnio. “¿Qué es el insomnio?”, escribía en La cifra, “la pregunta es retórica; sé demasiado bien la respuesta”. Todas esas unánimes noches que aparecen en sus relatos tienen un componente autobiográfico. De hecho, es una experiencia interesante leer los cuentos de Ficciones y El Aleph en el silencio oscuro de las tres de la mañana, cuando uno está atravesado por esa sensación de irrealidad que acompaña el no dormir.
Con sus paradojas, con sus eternos espejos y laberintos, Borges fue capaz de modelar al realismo con las herramientas de la literatura fantástica. Y, al igual que Bioy y Cortázar, y a veces César Aira y Fogwill, el género fantástico tomaba en él la forma de una pesadilla: de no poder dormir a no querer dormir.
En sus cuentos, el sueño y el encierro cruzan fronteras continuamente.
¿Por qué Borges es un clásico? Porque siempre habla en presente. Y hoy, que atravesamos un situación de excepción por la pandemia más grave del siglo, leerlo es una manera de entender por qué la imposibilidad de salir a la calle nos pone como nos pone. Por qué el encierro se parece tanto a una pesadilla.
Aquí, algunas sugerencias para entrar en su obra:
“El Aleph”
Un cuento icónico que comienza con la muerte de Beatriz Viterbo y con Borges-personaje haciendo las veces de un Dante moderno conducido por un Virgilio mediocre y gris —un tal Carlos Argentino Daneri—, que lo lleva a un sótano infernal desde donde hay un punto, un aleph, con el que se puede ver la inmensidad del mundo. No sabemos si Beatriz amaba o no al Dante; lo que sabemos por el aleph es que Beatriz Viterbo no amaba a Borges.
Hubo varias intervenciones y reescrituras sobre “El Aleph”: la primera fue del propio autor, que agregó una postdata años después. Entre las reescrituras más destacadas, sin dudas, son las de Fogwill (en “Help a él”) y Hernán Vanoli.
“El sur”
Siguiendo el camino de la Divina Comedia en Borges, este relato cuenta la historia de un joven bibliotecario, Juan Dahlmann, que tras haber estado a punto de morir en una cama de hospital —hay un eco autobiográfico de la época en la que Borges trabajaba en la Biblioteca Municipal Miguel Cané—, tiene una ligera recuperación y debe viajar al campo que administra. Pero antes de llegar, mientras lee al Dante en un almacén del pueblo se ve envuelto en una pelea a cuchillo con un matón. ¿Dónde queda la realidad y dónde el delirio? ¿Dahlmann salió del hospital o todo es un sueño con un final heroico para justificar su muerte? Como dice Laura Rosato, directora del Centro de Estudios Jorge Luis Borges dependiente de la Biblioteca Nacional, se puede leer “El sur” en línea con “La noche boca arriba”, de Julio Cortázar: ambos comparten un ambiente de alucinación y pesadilla.
“La casa de Asterión”
Justamente Cortázar abordar en su primer libro —el primero con su apellido, no con el seudónimo Jorge Denis— el tema que Borges toca en “La casa de Asterión”. Pero ahí donde Cortázar lo vuelve romántico, Borges lo lleva hacia un perfil filosófico y metafísico. Asterión vive en una casa de puertas infinitas que es, en realidad, un laberinto. No tiene la necesidad de salir por lo que nunca lo hace, pero sí entran innumerables animales y hombres. Vive una realidad infinita en un espacio infinito y en un tiempo infinito que, sin embargo, cumple ciclos de nueve años —¿como los círculos del Infierno de Dante, tal vez?— en donde grupos de hombres lo buscan para que él los libere del mal. El final es… inesperado. Pero no al estilo de Cortázar, que gana por knock out, sino al estilo de Borges, que, al cerrar una puerta, abre un abismo.
“El inmortal”
Con la forma de un relato dentro de un relato —tan típico de Borges; deudor, en un punto, de Cervantes—, este cuento narra la historia de un hombre que busca el río de la inmortalidad. Pero todo don contiene a su vez un sacrificio. Y así es como él, que busca la vida eterna casi hasta dejarse morir, termina acompañado por un hombre completamente entregado a la animalidad al punto de haber perdido hasta la capacidad de hablar —son una suerte de Robinson y Viernes—. Su acompañante, descubrimos, es un inmortal y no uno cualquiera. Es, tal vez, el más inmortal de todos: Homero.
“La biblioteca de Babel”
Borges escribió este cuento en 1941, en Mar del Plata: seguramente fue en casa de Victoria Ocampo. Es un cuento fantástico en donde el universo es una biblioteca infinita compuesta por infinitas habitaciones hexagonales. La biblioteca contiene infinitos volúmenes donde los signos —las letras— se combinan de manera infinita. Por lógica, en todas esas combinaciones, debe haber una —y solo una— que guarde la verdad del universo. Los bibliotecarios, entonces, son exégetas en busca de ese libro. Es un cuento genial, con una profunda discusión sobre la religión y la filosofía. Y es uno de los más claustrofóbicos que alguna vez se hayan escrito.
“Funes, el memorioso”
Borges recuerda aquí el encuentro que mantuvo con un hombre que sufrió un accidente y quedó postrado. Funes tiene un cuerpo inómvil pero una mente agil como nadie podría haber previsto. Se convierte en una suerte de divinidad, una máquina que todo lo recuerda y que lleva adelante experimentos inverosímiles que ponen en cuestión todo el edificio de saberes del escritor.
Es uno de los cuentos más ambiciosos de Borges y ha sido trabajado por muchísimos escritores e intelectuales desde diferentes perfiles. Se lo ha tomado como punto de partida para análisis religiosos, psicológicos, matemáticos, antropológicos, científicos, etc. John Coetzee, premio Nobel de Literatura, habla de Funes en su libro Diario de un mal año.
“La muerte y la brújula”
¿Cuánto le debe Umberto Eco a Borges? Mucho. No todo, claro, pero sí mucho. Este cuento policial, es un claro ejemplo de la herencia borgiana que hay en El nombre de la rosa. Es cierto que Eco nunca quiso ocultarlo: el monje que cuida la biblioteca se llamaba Burgos.
En “La muerte y la brújula” un policía persigue a un criminal por el laberinto que es una ciudad, creyendo que tiene un poder de observación digno de Hércules Poirot —el detective de Agatha Christie— para descubrir que, al final, no ha sido más que peón de su oponente.
Dato extra: José Pablo Feinmann puso una cita de este cuento como acápite de su gran novela Últimos días de la víctima.
“Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”
Me gusta pensarlo cuento policial donde, en lugar de buscar a un criminal, el misterio pasa por encontrar el volumen de una Enciclopedia que puede cambiar al mundo. “Tlön...” comienza con un diálogo entre Borges y Bioy donde hablan de espejos. Uno de los dos recuerda a heresiarca que había dicho que los espejos y el coito eran aborrecibles por igual, porque ambos multiplicaban la cantidad de seres humanos. (Bioy, mucho tiempo después —Borges ya había muerto— dijo en su libro de Memorias que estaba encantado del homenaje de su amigo, pero que él nunca habría abominado del sexo).
“Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” es un gran homenaje a la literatura y a la manera en que la literatura puede intervenir en la realidad: y, de hecho, lo hace.
“La memoria de Shakespeare”
Este cuento le da título al último libro publicado en vida por Borges. Son cuatro relatos de género fantástico que miran de cerca a la ciencia ficción. El volumen se abre con “Veinticinco de agosto, 1983” en donde un Borges joven se encuentra con uno viejo —o al revés—: hay algo de Bradbury ahí.
En “La memoria de Shakespeare” hay algo de “Podemos recordarlo por usted al por mayor”, de Philip K. Dick, y también de Dormir al sol, de Bioy Casares. Borges no plantea soluciones tecnologías ni médicas, sino que hace intervenir un sortilegio, una magia. Así, Hermann Soergel recibe la memoria de Shakespeare. Pero “la memoria del hombre no es una suma; es un desorden de posibilidades infinitas”, y al poco tiempo de aceptar este regalo que esperaba le rebelase los pensamientos del escritor más genial de la historia, se encuentra con una serie de banalidades que, de a poco, van consumiendo su propia personalidad.
“La forma de la espada”
Hay una serie de cuentos en donde Borges trabaja el tema de la traición: “La forma de la espada”, “Tema del traidor y del héroe”, “Tres versiones de Judas”, etc. Indudablemente era una de sus grandes obsesiones: cuándo y por qué alguien se vuelve un traidor, a quién traiciona, qué cuota de fidelidad se esconde detrás de una traición. Así como el tema del doble es otra de sus obsesiones, el traidor no escapa a hace doble vida.
En este cuento, un inglés —que en realidad es irlandés— huye a América del Sur tras haber participado en una revolución que fue apagada por el ejército británico. El escritor Santiago Llach, que tiene un podcast de Infobae dedicado a Borges, dice que este es su cuento más “marxista”: todo el materialismo está puesto al servicio de una revolución socialista que fracasa. Una lectura muy interesante de un cuento inagotable.
Bonus track: el “Poema Conjetural”
Probablemente no sea el más famoso —ese será el “Poema de los dones”— pero sí es uno de los más importantes. Borges conjetura los últimos momentos de su antepasado Francisco Narciso de Laprida, cuando va a morir en manos de los montoneros de Aldao. Laprida, el intelectual de la Revolución de Mayo, encuentra aquí su “destino sudamericano” —uno cargado de sangre y violencia— con “el íntimo cuchillo en la garganta”.
El poema se publicó en el diario La Nación en julio de 1943. Muchos —como María Esther Vázquez— lo leyeron a posteriori como un símbolo profético del ascenso del peronismo.