Dermatitis Atópica
Información básica para pacientes y cuidadores
Fecha de elaboración: enero de 2021
Palabras clave: dermatitis atópica, dermatitis, atopia, alergia, picazón, prurito, piel seca, eccema
La dermatitis atópica (DA) es la enfermedad inflamatoria de la piel más común de la infancia aunque, ahora sabemos, puede manifestarse o comenzar a cualquier edad.
Es una enfermedad muy frecuente, se estima que la padecen del 15 a 20 de cada 100 niños y hasta 10 de cada 100 de los adultos de ambos sexos.
Se manifiesta con sequedad constante, erupciones y picazón de la piel. Esto puede estar presente todos los días o bien cambiar con el paso del tiempo, con periodos de mejoría y empeoramiento.
Las erupciones, conocidos como eccemas, pueden ser de inicio repentino o gradual y se ven como manchas rojas o rosadas con vesículas (“ampollitas” que se llenan de líquido) que luego se secan y forman costras (“cascaritas”).
Estas lesiones, y la piel en general, pueden picar intensamente, sobre todo de noche dificultando el sueño. El picor se ve agravado por el estrés, la sudoración o transpiración (por la actividad física o el calor ambiental y la humedad), así como también por el contacto con la ropa de lana o sintética. Como consecuencia del rascado constante la piel eccematosa adquiere un aspecto engrosado que es típico de cuando el cuadro se prolonga en el tiempo y se vuelve crónico.
La localización en la piel de los eccemas suele ser característica: en la primera infancia afecta principalmente sitios salientes de la cara y superficie externa de los miembros; en la segunda infancia compromete los pliegues (hueco del codo y hueco por detrás de la rodilla).
Las lesiones que comienzan en la infancia pueden persistir, reaparecer o modificar su distribución en la adolescencia y en la edad adulta, o bien pueden manifestarse de inicio en la adultez. En esta etapa el eccema en las manos es una de las localizaciones más comunes, así como también el cuello y el dorso.
No hay diferencias con la erupción en sí, pero la localización, y fundamentalmente la asociación con una historia personal o familiar de dermatitis atópica o de otras enfermedades alérgicas, son características que marcan las diferencias.
Los pacientes con DA tienen una variedad de signos clínicos asociados, como las ojeras, la disminución de la cantidad de vello en las cejas, o el aumento de la profundidad de los pliegues de las palmas (hiperlinearidad palmar). Su presencia puede ayudar al diagnóstico, pero su ausencia no lo descarta.
Además de la coexistencia o la historia de las otras enfermedades atópicas
mencionadas, los pacientes con DA de cualquier edad, tienen riesgo de
desarrollar infecciones cutáneas por bacterias, virus u hongos debido a defectos en la función de la piel para actuar de barrera, y a un microbioma cutáneo (microorganismos protectores de la piel) alterado.
Existen factores genéticos y ambientales que interaccionan de forma compleja como causales: la alteración de la barrera cutánea agravada por el rascado, el desequilibrio microbiano, y la inmunidad cutánea alterada, favorecen la penetración de irritantes o alérgenos que empeoran o condicionan las erupciones.
El diagnóstico es clínico y se basa en las características de las lesiones, su distribución, la presencia de otras manifestaciones asociadas y de una historia personal y/o familiar de padecimientos alérgicos. No se requiere estudios de laboratorio, si bien en la mayoría de los pacientes (pero no en todos), se observa elevación en la sangre de la inmunoglobulina E.
Una vez logrado el diagnóstico, establecer la gravedad de la afección resulta fundamental para planificar el tratamiento. Para ello, se usan diferentes cuestionarios que permiten evaluar la extensión y gravedad de las lesiones, así como también de la picazón, y las alteraciones en la calidad de vida y el sueño que presentan tanto los pacientes como la familia/cuidadores.
En primer lugar la selección del tratamiento dependerá de la severidad de la enfermedad (leve, moderada o grave), la extensión de la afección de la piel, la gravedad del picor y la afectación del sueño, así como la edad, las enfermedades coexistentes, y los tratamientos pasados y actuales. En todos los casos, y aún en etapas de calma de las erupciones, el cuidado de la piel es fundamental con higiene idealmente con sustitutos del jabón (syndets o ¨sin detergentes¨), aplicación de emolientes e hidratantes todos los días, y evitar infecciones y lo que pueda causar brotes o empeorar la enfermedad (como sudoración y los contactantes como maquillaje, esmaltes, perfumes, etc).
En principio para las erupciones se indicarán medicamentos en crema para disminuir la inflamación como corticoides, tacrolimus o crisaborol. La fototerapia (exposición a una fuente de luz ultravioleta artificial) es otra opción de tratamiento y se puede utilizar tanto en niños como adultos.
Para los casos graves están indicados los tratamientos con medicamentos sistémicos (es decir que se dan por boca y o de forma inyectable) como el metotrexato, la ciclosporina, el dupilumab, el baricitinib, upadacitinib y abrocitinib, que requieren vigilancia estricta y deben efectuarse siempre bajo supervisión médica.
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Referencias bibliográficas
Ständer S. Atopic dermatitis. N Engl J Med 2021; 384: 1136-43.