El acné vulgar es una enfermedad crónica que se asocia con una carga psicológica considerable (1,2). Es la enfermedad de piel más frecuente en el adolescente y el adulto joven. En general muchos de los pacientes con acné no consultan o no necesitan tratamiento médico ya que se trata de un mínimo acné, sin embargo, estos pacientes pueden tener un impacto emocional negativo no siempre relacionado con la gravedad del cuadro clínico (3).

El acné se asocia con una alta carga psicosocial debido al impacto en la imagen corporal, en la socialización y en la sexualidad (2). Las personas con acné tienen una mayor tendencia a la timidez, al aislamiento social, a la ansiedad y depresión e, incluso, a la ideación suicida (1).

El acné no pone en peligro la vida, pero si deteriora la calidad de la misma (1,2). Por lo tanto, es fundamental generar una relación de confianza entre el médico y el paciente con el fin de educar acerca de la enfermedad, del posible riesgo de cicatrización y de las secuelas, físicas y/o psíquicas, que pueden producirse si la enfermedad no es tratada a tiempo y con el tratamiento adecuado (1).

Se ha demostrado que el manejo terapéutico personalizado, precoz y sostenido en el tiempo disminuye el riesgo de cicatrices y el impacto psicoemocional, ya que mejora la autoestima, la timidez y la imagen corporal (3).

Los dermatólogos ocupan un lugar fundamental en la identificación de las condiciones dermatológicas, así como de las psiquiátricas. Para ello existen diferentes cuestionarios que pueden ayudar para evaluar mejor los problemas psicológicos y así derivar al paciente cuando sea necesario (2). La consulta con el especialista en salud mental se indica cuando el paciente está deprimido, abrumado o ansioso ya sea como causa de su acné o agravado por el mismo. Existen distintas modalidades psicoterapéuticas que pueden ofrecerse en estos casos (1).